Catalunya, Barcelona, El Prat: un acuerdo para el siglo XXI

LLUÍS MIJOLER

Alcalde de El Prat de Llobregat i vicepresident de l’AMB

El aeropuerto del Prat ha vuelto a superar este 2019 los 50 millones de pasajeros. No hay duda: hay que plantear cuál es su futuro. Pero debemos hacerlo de forma seria. La urgencia acostumbra a ser mala consejera. Para dilucidar a dónde queremos dirigirnos, debemos saber de dónde venimos y dónde estamos.

El delicado equilibrio territorial del Delta del Llobregat es fruto de un consenso que forjaron en su día las administraciones local, catalana y estatal. Esto permitió que hoy convivan en este lugar grandes infraestructuras, unos Espacios Naturales protegidos por la UE, y un Parque Agrario cada vez más relevante.

El espacio natural protegido de la Ricarda es un buen ejemplo de ello. Al lado mismo de las pistas del aeropuerto, el enclave forma parte del Plan de Espacios de Interés Natural (PEIN), de la Red Natura 2000, está incluido en el inventario de zonas húmedas, y es una zona de importancia para las aves. Se trata, en palabras de Joan Pino, director del Centre de Recerca i Aplicacions Forestals (Creaf), de “la laguna más natural que tiene el Delta del Llobregat, aunque hay voces interesadas que hablan de que está degrada”. Constituye además una pieza más del parque agrario del Baix Llobregat. Y conserva en su seno alguna de las joyas de la historia de la arquitectura catalana del siglo XX, como bien relataba este periódico el 3 de junio del 2012 en el espléndido reportaje “Salvemos la Ricarda”.

Cualquier revisión de este equilibrio territorial en el Delta debe contar con todas esas administraciones, empezando por el Ayuntamiento del territorio del cual hablamos. No se puede decidir sobre el territorio del Prat sin contar con el Prat. Y el Prat tiene claro cuál fue la piedra angular del acuerdo alcanzado en su día y vigente hoy: la asunción de que no hay más espacio para nuevas ampliaciones de infraestructuras.

A ello debe añadirse otra reflexión. Barcelona es hoy un área metropolitana con una calidad del aire preocupante, que ha motivado apercibimientos de sanción por parte de la UE. Un área que debe reducir sus focos de emisión y emisores difusos de contaminación. Nos va la salud en ello, y no sólo: nos estamos jugando el futuro de la vida en el planeta. Por ello diversos municipios barceloneses están declarando la emergencia climática y se despliegan medidas como la Zona de Bajas Emisiones. No podemos pedir a la ciudadanía que prescinda de sus vehículos más antiguos y no revisar, por ejemplo, una declaración de impacto ambiental del plan director del aeropuerto que data del siglo pasado.

La propuesta, esperemos que más mediática que real, de pavimentar la Ricarda para ampliar la tercera pista del aeropuerto parece ignorar todo esto. Corremos el riesgo de perder dos o tres preciosos años debatiéndola como “desarrollistas” que no tienen en cuenta la normativa ambiental de la UE. Y que al final, las autoridades europeas nieguen dicha ampliación.

Propongo que aparquemos esta idea. Porque además de inviable, no es ni oportuna ni va con el signo de los tiempos. Hay alternativas mejores. En lugar de parches, forjemos acuerdos de país. Sobre qué modelo aeroportuario queremos, y sobre qué equilibro metropolitano perseguimos. Una propuesta que se sitúa en lo que es el sentido común en 2020.

Como defendían en estas páginas las directoras y directores de los aeropuertos del Prat, Girona, Reus y Sabadell, la gestión de estas cuatro infraestructuras debe pensarse de forma coordinada. Impulsar sin límite el Prat implica dejar morir por inanición Reus y Girona. Impulsemos una mesa sobre el futuro aeroportuario de Catalunya y Barcelona, en la que se sienten las administraciones concernidas, desde la Generalitat y ayuntamientos hasta AENA. Hablemos, por ejemplo, de cómo debemos conectar estas infraestructuras a la red ferroviaria de alta velocidad, y cómo aprovechamos esta red para promover alternativas sostenibles a vuelos de corto alcance, como están planteando muchos países europeos. Haría bien AENA en pensar como desarrolla la potencialidad de la ciudad aeroportuaria del Prat, reflexión que debería traducirse en un aeropuerto que aprovecha todas sus potencialidades sin necesidad de afectar espacios protegidos ni empeorar la calidad del aire del área metropolitana de Barcelona.

En paralelo, es hora de poner en valor los espacios protegidos. No somos una región metropolitana más. Somos una región metropolitana mediterránea, que se verá afectada por el cambio climático de forma severa. A las puertas de la mayor crisis climática que jamás hayamos vivido, debemos pensar y gestionar mejor aquello que nos conecta con el planeta. Y esto pasa no sólo por dotar de forma suficiente el Consorci del Delta y el del Parc Agrari, que gestionan unos espacios de un valor ambiental y agrícola extraordinarios. Sino en dar a este patrimonio irreemplazable una visión ambiciosa, global, que lo convierta en lo que es: la principal infraestructura ambiental metropolitana.

(Publicat a La Vanguardia el 29/1/2020)